La deuda eterna
La "fiesta argentina" que antecedió al Centenario tuvo su origen en préstamos del extranjero.
La Deuda y su hermana, la Patria Financiera, nacieron con una ley del 28 de noviembre de 1822: la que autorizó a Bernardino Rivadavia a contratar un empréstito con la casa Baring Brothers. El ahogo financiero del Estado había empezado diez años antes, en 1811, cuando el gobierno lanzo “empréstitos forzosos”, préstamos de guerra disfrazados que nunca eran devueltos o que lo eran a cambio de papeles del mismo gobierno y que solo servían para pagar otros impuestos. Desde el comienzo el empréstito Baring tuvo un propósito determinado: iniciar los estudios relativos a la construcción de un puerto y dos cárceles. En el año transcurrido entre la dos leyes que lo autorizaron se le agregó la colonización, la fundación de dos pueblos y la instalación de agua corriente en Buenos Aires. Ninguno de los objetivos se cumplió en ninguna de sus partes, aunque el dinero estuvo disponible desde mediados de 1824.
En su seminario sobre aspectos históricos de la deuda argentina dictado en la Facultad de Ciencias Económicas de la Universidad de La Plata, Alejandro Olmos Gaona relató el último capítulo de la historia Baring Brothers: “Después de transcurridos los años retenidos en concepto de intereses adelantados no pudieron pagarse los intereses y debió recurrirse la venta de dos barcos para afrontar el pago de las obligaciones. Rosas se enfrentó con una deuda que ya era cuantiosa y trato de demorar los pagos, aún cuando las presiones se hicieron cada vez más intensas. En 1842 un representante de los banqueros trató de llegar a un acuerdo y entonces Rosas ordenó a su ministro en Londres, el Dr. Manuel Moreno, que explorara la posibilidad de entregar las Islas Malvinas a cambio de la cancelación de la deuda, previo reconocimiento de la soberanía argentina sobre las islas. La negociación no prosperó y, a pesar de los dos bloqueos que soportó el Puerto de Buenos Aires y a las dificiles condiciones de la administracion solo se pagaron diez mil libras. Recién en 1857 el Dr. Norberto de la Riestra firmó en Londres un acuerdo contrayendo nuevas obligaciones y renegociando la deuda en su totalidad. A esa fecha los intereses vencidos sumaban 1.641.000 libras y la deuda en su totalidad era de 2.457.155 libras. Todos los gobiernos posteriores continuaron pagando y refinanciando la deuda hasta que se canceló definitivamente en 1903”.
Scalabrini calculó que se pagaron hasta 1881, cuatro millones ochocientas mil libras esterlinas. Del otro lado del espejo, aunque nuestros prestamistas lograban pingües ganancias, nos jugaban con recelo. En “Memoria sobre el fracaso de la Asociación Minera del Rio de la Plata formada bajo iniciativa del Sr Rivadavia”, el Capitán Bond Head detalló en 1826, “los impedimentos de carácter moral y político que se oponen al éxito de cualquier empresa en la Argentina”. Bajo el título “Impedimentos morales” señaló “el carácter de la población, la falta general de educación y ,en consecuencia, las miras estrechas e interesadas de los nativos, la falta de hábito para los negocios entre las clases del pueblo más acomodadas, la clases más pobres desafectas al trabajo y ambas desprovistas por completo de la idea de lo que es un contrato y de lo que es la puntualidad y la formalidad y de cual es el valor del tiempo, la imposibilidad, entre un pueblo escaso, de tener competencia abierta o de evitar el monopolio de todos los artículos de necesidad o las combinaciones para levantar todos los precios ad libitum y,en todos los casos,la insuficiencia de las leyes”.
A pesar de todo, Buenos Aires vivía de prestado, y la “fiesta argentina” que antecedió al Centenario tuvo su origen en préstamos del extranjero. León Pomer analizó el empréstito tomado en Londres en 1871 que permitió el ingreso al mercado argentino de veinte millones de pesos fuertes que a la vez fueron mal prestados a través del Banco Provincia.En 1896 la deuda externa ascendía a 922.545.000 pesos oro y los intereses que debían remitirse al exterior insumían cerca del 20% de las arcas del Estado en 1881; un 49% en 1888 y un 66% en 1889.
En aquella década del noventa (mil ocho) –escribió Carlos Rojo-“se jugó al alza de la tierra, a la del oro y a los títulos, se jugó en los frontones y los hipódromos, se jugó a los naipes como jamás se ha visto en parte alguna del globo”. En 1911 el español Jose Maria Salvatierra escribió sobre Buenos Aires: “No hay ciudad en el mundo donde resalte de tal modo la fiebre del llegar, del conseguir. La lucha por el dinero tiene aquí mayor vivacidad que en los pueblos del Norte: proyectos concebidos, explicados y fracasados en una misma conversación, ir sin plan, volver con nada definitivo, concertar sociedades y deshacerlas enseguida, exagerar las ganancias, mendigar, manipular”. Rodolfo Rivarola escribió en 1913 : “Producir por dos y gastar por cuatro restando la diferencia, parece ser el lema de los argentinos. Son responsables de eso el gobierno y los gobernantes, en su carácter público y en su vida privada. En lo primero porque han olvidado que el gobierno educa al pueblo. La imitación corre de arriba abajo”. La burocracia argentina no solo era corrupta, también era cara. Pomer relata que en 1902 la burocracia oficial costaba a la Argentina 6 pesos oro per cápita,contra el 1,20 pesos que costaba en Suiza, 10 en Estados Unidos o 2,06 en Inglaterra. En plena crisis de 1892 había 7653 empleados públicos, al año siguiente eran 8860, y más de la mitad trabajaban en Capital Federal.
El Gobierno volvió al Fondo respetando lo que, creemos, se convirtió en una tradición argentina: producir por dos y gastar por cuatro. Argentina vuelve al espiral que, tarde o temprano, terminara en un default. Otra vez volvemos a exigirles a los prestamistas que ok, nos presten, pero no nos molesten. En el fondo nos parece mal que ellos quieran ganar dinero; nos parece mal que el otro quiera ganar dinero, imaginamos que nos presta por una especie de hermandad universal que los obliga. Prestame, pero no me molestes. Y menos aún me presiones, veré como te pago. Te hago el honor de tomar tu dinero. Nos comportamos como acreedores morales del mundo. Queremos, en las próximas semanas, cambiar una costumbre que empezó en 1822. Y el Gobierno, para colmo, actúa como si pudiese hacerlo solo. La única salida para contener el gasto es consensuada: una mesa en la que los que tienen más pierdan más y los que tienen menos, pierdan menos. Preste la cantidad que preste, no dependemos del Fondo: dependemos de nuestra propia estupidez, de nuestra abulia, de nuestra liviandad. Llevamos doscientos años construyendo cadenas
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