Madrid, 1973. Es experto en comunicación, conferenciante, profesor asociado en ESIC y gurú en las redes sobre el mundo digital. Aunque ustedes le recordarán por cargarse el programa de televisión La Noria por un asuntillo de ética.
- Dice en su libro 'Sé transparente y te lloverán clientes' (Alienta) que muchas empresas nos trataban como borregos hasta que se dieron cuenta de la fuerza del rebaño
- Tenemos el poder de votar con nuestro bolsillo. Las empresas que no se hayan dado cuenta de eso serán zombis.
- Según usted, la era digital implica una vuelta al humanismo. A mí me parece todo lo contrario.
- Ahora el cliente es el absoluto protagonista, entre otras cosas porque si hay un mal servicio su queja llega de manera instantánea a todos los rincones del mundo. Hay una vuelta a los valores y una vuelta a que la persona esté en el centro de todo. No queda otra.
- Entonces es una vuelta al humanismo... por dinero. Porque aunque el capitalismo se vista de seda, capitalismo queda.
- Sí, pero no. Tenemos un nuevo campo de juego donde las empresas tienen que comportarse con valores, aunque sea porque tienes un foco gigante y por rentabilidad. Llegará un momento en que esa exigencia se habrá convertido en hábito.
- Estamos reeducando a las empresas, entonces
- Claramente. Las empresas más avanzadas ya lo han entendido, las menos lo van a entender cuando cambien los directivos del Pleistoceno que las rigen. Están aprendiendo a golpe de crisis de reputación. Telefónica, por ejemplo, está virando a ser una empresa de principios gracias a Pallete y Serrahima, lo que pase allí será un ejemplo que contamine al mundo.
- Hablando de crisis de reputación, la de Facebook...
- Es la primera de las muchas crisis que van a tener las redes sociales. A ojos de los ciudadanos estas empresas han dejado de ser herramientas simpáticas para convertirse en multinacionales con intereses comerciales. Hemos perdido la inocencia. Entre otras cosas porque están siendo a la vez árbitros y actores. Es intolerable que Facebook y Twitter tengan la sartén por el mango en determinadas cosas. Hoy todavía tienen la potestad de elegir si colaboran o no con las fuerzas de seguridad del Estado cuando están involucradas en algún delito. Eso tiene que cambiar, hay que regular esta actividad. Recuerdo un perfil en una red social que se dedicaba a hacer burlas macabras de los hijos de Ruth Ortiz y José Bretón. La Policía quiso cerrarlo y no se lo permitieron en aras de la libertad de expresión.
- Va todo tan rápido que el legislador no llega.
- El legislador está a por uvas, los que tienen el poder gobiernan cada vez con mayor desconocimiento sobre lo que gobiernan.
- "Sólo puedes comunicar aquello en lo que crees", dice en el libro, pero los políticos comunican con la misma pasión una cosa y la contraria.
- Se les ve el plumero. Roger Torrent, por ejemplo, se declara muy ofendido pero luego habla como un palo y sin pasión alguna, el lenguaje corporal le delata. Cada vez que un político habla sin creérselo rezuma mentira. Esos ocho millones de personas que votaron en un primer momento a Ciudadanos y Podemos en realidad votaron contra los partidos tradicionales por ese tipo de cosas.
- Le llama Cristina Cifuentes y le pide que arregle lo suyo, ¿Qué hace?
- Uff... Cristina Cifuentes ya ha perdido, ya ha elegido el camino de mentir, sólo le queda lo de mantenella y no enmendalla. Le va a costar el puesto. Albert Rivera, que lo está haciendo fantásticamente bien, no lo va a perdonar.
- La tesis principal es que el cliente siempre tiene el poder, y sin embargo creo que el cliente nunca ha sido tan manipulable gracias entre otras cosas al big data, al amplio conocimiento que tienen de nosotros las empresas. Se culpa a Cambridge Analytica de estar detrás del Brexit y de la victoria de Trump, sin ir más lejos.
- No estoy de acuerdo. Ahora tanto las élites como las clases medias tienen la misma capacidad de acceso a la información y eso hace imposible mentirle al cliente. Quizá haya un 2% de personas más manipulables, pero ellos no mueven el mundo.
- Usted es el responsable de que desapareciera el programa La Noria por pagarle a la madre de un delincuente, El Cuco, para que hablara. ¿Se ha encontrado alguna vez con Jordi González?
- Hubo una vez una tentación... pero no. Yo empatizo con él, sé que aquello supuso un bache gordo en su carrera.
- ¿Cree que con el caso Gabriel los medios hemos vuelto a mostrar falta de ética?
- Sin duda, lo dijo la madre del crío. Es una vergüenza el periodismo que se ha hecho con el caso Gabriel. No se puede hacer carnaza con la muerte de un niño.
- Es interesante el concepto que usa de lapidaciones de Internet, como la de aquella chica, Justine Sacco, que ha tenido no sé cuántos trabajos desde que la despidieron por un tuit racista y sigue teniendo que esconderse.
- La lapidación 2.0 es una condena digital eterna, independientemente del delito. La chica que insultó a Inés Arrimadas no puede encontrar trabajo. Estuvo mal, pero no ha matado a nadie. Hoy un tuit es la medida suficiente para juzgar toda una vida. Hay un debate interesante ahí sobre el derecho al olvido.
- ¿Cuánto cuesta eso?
- El derecho al olvido no existe. En realidad funciona mediante empresas de SEO que lo que hacen es posicionarte con otros contenidos interesantes que tapan de alguna manera lo que quieres borrar. Algún político lo ha utilizado.
- Dice también que Internet impulsa la meritocracia, pero yo creo que lo que impulsa es el postureo, la fiebre por los likes, como aquel capítulo de Black Mirror.
- Mmmm... Son dos tendencias que conviven y las dos son ciertas. La transparencia hace que sólo puedas triunfar si tienes valores, tienes principios y enamoras a tus clientes. La gente se ocupará de contárselo a otra gente. Hacer el bien es más rentable.
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