Por el camino que van las cosas en el mundo, puede que nuestros nietos solo escuchen hablar de diplomacia en las clases de historia.
Casi tan antiguo como la civilización misma, el arte de resolver los conflictos por medio de la negociación pacífica no pasa por su mejor momento.
Noticias recientes como la expulsión masiva de funcionarios rusos de países occidentales, la casi paralización de la Embajada de Estados Unidos en Cuba y el posible fin del Acuerdo Nuclear con Irán, muestran el estado crítico en que se encuentra la diplomacia.
Casi todos los conflictos actuales tienen en común el protagonismo de Washington y su tendencia a solucionar los problemas por medio de la fuerza y no por la vía del diálogo.
Si el conocido político norteamericano Henry Kissinger definía la diplomacia como «el arte de domesticar el poder», los actos de la actual administración republicana parecen más guiados por la máxima del fascista italiano Benito Mussolini: «la diplomacia es solo una práctica de hipocresía y cobardía; si vamos a hacer algo, hagámoslo, sin preguntar a nadie».
En momentos en que se reconfigura el balance de poder entre las naciones, con la emergencia de nuevos actores como Rusia y China, la falta de canales de comunicación para zanjar las diferencias es una razón de alarma.
El nivel de polarización actual solo es comparable con los peores momentos de la Guerra Fría. Pero entonces, la garantía de una aniquilación mutua y el equilibrio de poderes mantuvo abiertas las líneas rojas entre Moscú y Washington y en no pocas ocasiones sentó a los dos bloques en la mesa de negociaciones.
ACUERDOS DE CABALLEROS
Aunque no ha desparecido la certeza de las consecuencias nefastas sobre el planeta que tendría el uso de armas nucleares, la política actual resulta temeraria.
Un ejemplo son las amenazas norteamericanas de poner fin al Acuerdo Nuclear Iraní, una compleja negociación en la que estuvieron involucradas las naciones que integran de manera permanente el Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas más Alemania.
A pesar de las alertas del resto de los firmantes sobre las consecuencias que tendría una marcha atrás, la administración de Donald Trump está en la búsqueda de cualquier excusa para dar por terminada su participación. Muchos analistas dan por hecho que tomará la medida de una manera u otra, y solo espera el momento adecuado para anunciarla.
Las consideraciones son de índole interna, pues los expertos involucrados sostienen que el Acuerdo Nuclear es efectivo y se está cumpliendo. Y por otro lado no se avizora una alternativa que convenza a ambas partes.
La pregunta que más se escucha en los pasillos diplomáticos del mundo está relacionada con los efectos que tendría en futuros acuerdos de ese tipo una salida abrupta de Estados Unidos.
¿Qué nación del mundo se volverá a sentar con Washington en una mesa de negociaciones para resolver un conflicto con la certeza de que cualquier vaivén político interno puede deshacer lo acordado?, se preguntan los entendidos.
Con un portazo al acuerdo nuclear Iraní, la Casa Blanca actual también estaría cerrando las opciones globales para lidiar con conflictos similares sin el uso de la fuerza.
RECORTES DIPLOMÁTICOS
El presupuesto de Estados Unidos para el año fiscal 2019 demuestra también el desinterés por la diplomacia. Mientras el Departamento de Estado vería reducida sus arcas en cerca de 18 000 millones de dólares, el Pentágono contaría con 300 000 millones extras para la modernización del armamento en los próximos dos años.
Las cifras hablan claro sobre dónde están las prioridades del «Estados Unidos primero» de Donald Trump: más garrote y menos zanahorias.
Pero los recortes no se limitan al presupuesto, sino que la Casa Blanca comenzó a podar también el personal diplomático, el suyo y el extranjero, bajo cualquier argumento.
El incidente en Reino Unido con el exagente ruso Serguéi Skripal y su hija, quienes habrían sido envenenados con un agente neurotóxico, fue utilizado como excusa para tomar acciones contra los diplomáticos de Moscú en varios países occidentales.
Reino Unido fue el primero con 22 funcionarios rusos expulsados, luego Estados Unidos subió la parada a 60 y 16 naciones de la Unión Europea y Canadá las secundaron.
Más allá de quién pueda estar detrás del ataque o si es un caso de falsa bandera para acusar a Rusia, lo cierto es que vino como anillo al dedo para cerrar el cerco contra Moscú que se venía aplicando con las sanciones económicas.
Cuba –a solo 90 millas del territorio norteamericano, pero muy lejos de los conflictos entre las grandes potencias– sufre también las consecuencias de la politización de la diplomacia por parte del Departamento de Estado.
Si el restablecimiento de los nexos diplomáticos y la reapertura de las Embajadas en La Habana y Washington en el año 2015 fue celebrado en el mundo entero y visto como un paso de avance para cerrar uno de los últimos capítulos de la Guerra Fría en el Caribe, el escenario actual resulta muy distinto.
Desde septiembre del año pasado la Embajada estadounidense en La Habana se mantiene prácticamente paralizada y solo ofrece servicios consulares mínimos.
El personal diplomático fue reducido drásticamente y solo quedó el que cumple funciones «esenciales» de la misión diplomática, sin derecho a ser acompañado por sus familiares.
La excusa utilizada por Washington para justificar sus medidas unilaterales fue la supuesta ocurrencia de «ataques acústicos» contra sus diplomáticos en La Habana.
Sin embargo, tras meses de investigaciones, tanto de la parte cubana como del FBI estadounidense, no existe evidencia alguna que confirme los incidentes alegados ni los síntomas descritos por la parte estadounidense, que incluyen mareo, problemas de memoria e incluso daño cerebral.
Cuba, que se mostró desde un inicio dispuesta a colaborar, denuncia la politización del tema y niega cualquier tipo de participación o conocimiento de los supuestos incidentes.
Entretanto, Washington aplica un complicado esquema para tramitar las visas de los cubanos que los obliga a hacer los trámites por un tercer país, aumentando los costos y haciendo aún más engorroso el procedimiento.
Cientos de miles de personas en uno y otro lado del Estrecho de la Florida resultan afectadas por los obstáculos en el flujo natural entre ambos países y las limitaciones para los contactos familiares.
Si los vínculos bilaterales están golpeados en distintas partes del orbe, la diplomacia multilateral no se encuentra en mejores condiciones.
Los recortes de Estados Unidos amenazan con alcanzar las Naciones Unidas, a la que aplica un esquema de chantaje económico para garantizar la preponderancia de sus posiciones sobre el resto de las naciones.
Quizá como nunca antes desde su fundación tras el fin de la II Guerra Mundial, el futuro de la ONU pende de un hilo. También muchos países de manera legítima reclaman una estructura más democrática en la que se representen los cambios ocurridos en las últimas décadas.
Mientras la diplomacia norteamericana hace aguas, la mala noticia para el mundo es que la alternativa a la negociación pacífica es casi siempre la guerra. Y una tercera conflagración mundial se pelearía con armas nucleares, pero lo más probable es que la cuarta, si llega a ocurrir, se decida con hachas de piedra.
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