¿HÉROE O VILLANO?

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sábado, marzo 24, 2018

LA IDIOCRACIA


Las figuras que ilustran la política actual parecen darle sentido al temor que manifestaba el abuelo del cantor y poeta argentino Facundo Cabral. Como si se tratase de una profecía cumplida, los idiotas a los que éste temía parecen más dispuestos que nunca a votar en elecciones en las que se inclinan por candidatos incapaces de gesticular más de dos palabras seguidas, sin que una de ellas sea falsa y la otra inexistente. Los idiotas votan en contra de sus propios intereses; aunque -debido a su condición- nunca podrán saberlo. Sin embargo no es esto lo relevante de sus aportes a la idiocracia que han parido, sino el hecho de sentirse bien representados con el idiota que han logrado colocar en el poder. La democracia, en mano de sus elegidos, ha dejado de existir para darle paso al sistema que mejor le sienta al idiota elector: La idiocracia.
La idiotez se ha llevado por delante todo obstáculo que la razón hubiera podido imponerle. Basta escuchar el relato de quienes hoy ocupan el poder para ejemplificar esta suerte de revolución de la idiotez que con alegría aplaude la facción mayoritaria de una sociedad carente de todo raciocinio; una sociedad aletargada, dependiente de criterios ajenos, basureada por las decisiones de grandes corporaciones, y cuya cultura se ha degradado hasta reducirse a su mínima expresión. Para ejemplificarlo mejor sólo restaría el repaso de los discursos (o intentos de discurso) ensayados por líderes mundiales de las actuales democracias; material de archivo que quizás podría ser de gran utilidad en un futuro cercano, si es que algún idiota llegara a preguntarse “¿qué fue lo que le sucedió a la Humanidad?”.

Estudios científicos demuestran que al haber desarrollado tanto el ser humano el control de la naturaleza y las enfermedades, se ha interrumpido lo que Darwin dio en llamar “selección natural”. Esto significa que individuos que se hubieran extinguido hace miles de años por no adecuarse al medio, sobreviven, campan a sus anchas, se reproducen y, de esta manera, perpetúan su legado de idiotez.  Puede que nos encontremos ante una mayoría de idiotas que vota a conciencia, y que ha logrando convertir en presidente de su país al máximo exponente de todos los idiotas.   
De no haber sido por las referencias directas a marcas autóctonas, programas de televisión y fenómenos culturales propios, la película “Idiocracia”, estrenada en 2006, bien podría haber cobrado relevancia universal. Aún así, la sátira futurista y ácida -dirigida por Mike Judge- no deja de ser perturbadoramente profética, ya que el mundo que describe está habitado por idiotas, gobernado por idiotas, y condenado a un apocalipsis que se producirá por el accionar de esa idiotez que caracteriza a la humanidad del año 2503. Sin embargo no hizo falta esperar 500 años para encontrar un sinfín de similitudes entre el mundo imaginario de Judge y el actual. La llegada deDonald Trump al gobierno de los Estados Unidos adelantó la profecía. En el film, el presidente es una estrella de la lucha libre y actor porno. Por todos es sabido que Trump disfruta de presentarse en los combates de pro-wrestling y que su campaña estuvo basada en el show y el entretenimiento, y en su manía por autoproclamarse “gran follador”; auto-descripción que logró conquistar el voto del macho idiota americano.


De “Idiocracia” se desprende el documental “Nuestros cerebros en peligro”, en el que se recogen los testimonios de científicos de diversos países que han investigado el déficit de inteligencia que afecta a la raza humana. Quizás como resultado de este déficit -científicamente comprobado- nos encontramos hoy con una sociedad que no sólo aplaude las incongruencias de sus representantes, sino que las reproduce como grandes máximas. Una sociedad embrutecida para la cual la política y el reality show que miran por tv, mientras comen papas fritas, son la misma cosa; una sociedad dirigida por auténticos payasos que desde sus sillones presidenciales desafían al sentido común, y convierten la realidad en un espectáculo circense que el idiota elector aplaudirá con alegría, ignorando que será su propia idiotez la que acabe, finalmente, por provocar el apocalipsis.

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