¿HÉROE O VILLANO?

¿HÉROE O VILLANO?

martes, febrero 07, 2017

La antiglobalización, si, no, tal vez…

El 1 de enero de 1994 se levantaba en México el Ejército Zapatista de Liberación Nacional del subcomandante Marcos. Era el día en que entraba en vigor el Tratado de Libre Comercio de América del Norte, el NAFTA. Algunos consideran que este acontecimiento fue la primera respuesta contra la globalización, es decir, el hito fundacional de los movimientos altermundialistas.

Después vendrían más movilizaciones: entre finales de los años noventa y los primeros años 2000, cada cumbre de los organismos impulsores de la globalización o de los signos de identidad que ésta iba adquiriendo, como el libre comercio, las desregulaciones y las liberalizaciones, en definitiva, la eliminación de las fronteras para el capital (la Organización Mundial del Comercio, el Fondo Monetario Internacional, el Banco Mundial) se convertiría en escenario de protestas de los altermundialistas, como preferían denominarse sus protagonistas porque no querían acabar con la mundialización, sino construir otro modelo para ella (“otro mundo es posible” era su lema).
En el inventario de eventos, nos encontramos con Madrid, donde se celebró el cincuentenario del FMI, la importantísima contracumbre de Seattle contra la OMC, Génova, Gotemburgo, Barcelona, Praga… También surgían como setas los foros sociales mundiales, el más importante de los cuales siempre fue el de Porto Alegre (Brasil), donde se reunían diferentes movimientos de todo el mundo para discutir los problemas globales y, sobre todo, para sentirse comunidad.
En estos encuentros contra la globalización neoliberal, que eran en sí mismos reuniones internacionalistas de la contestación contra un sistema que se expandía y se radicalizaba desde los primeros ochenta con Thatcher y Reagan –y sobre todo tras la caída de la Unión Soviética, su único e histórico rival–, surgían personas de mucho brillo, con una grandísima personalidad, incluso con aura.
Quizás se pudiera comparar con Mayo del 68, con sus filósofos y sus activistas. Entre los protagonistas de la antiglobalización ya hemos mencionado a Marcos. Podríamos apuntar otro nombre, ése sería el de José Bové, sindicalista agrario, activista contra la globalización, defensor de la soberanía alimentaria, luego cofundador de ATTAC en 1998, candidato a la presidencia de la República francesa con pésimo resultado y a continuación eurodiputado.
ATTAC, la gran institución antiglobalización que aún pervive, nacía como un grupo de presión a favor de la introducción de una tasa a las transacciones financieras internacionales, la llamada Tasa Tobin, con el objetivo doble de reducir la especulación en los mercados, por un lado, y, por otro, ayudar a compensar, aunque fuera mínimamente, a unas sociedades que se estaban quedando al margen de los predicados bienes de la globalización.
A ésta se la acusaba de desestructurar las economías nacionales y despreciar los principios democráticos, porque quizás nadie en concreto, pero sí su lógica, imponía presiones a los Estados para liberalizar y desregular, lo que incrementaba las desigualdades sociales. Éstas eran más o menos las ideas que manifestaba Ignacio Ramonet en un editorial de Le Monde Diplomatique en el año 1997, coincidiendo con la crisis asiática. Ramonet, también cofundador de ATTAC, fue uno de los principales divulgadores de la antiglobalización.
Justo tras el derrumbe del Muro de Berlín y el posterior de la URSS, cuando el capitalismo se quedaba sin rival y se creaban las condiciones para expandirlo por todo el mundo y en su forma más pura, la Unión Europea daba el empujón más importante de su historia para su integración: en 1992 firmaba Maastricht y en 2002 comenzaba a circular el euro en las calles de doce países europeos.
La miniglobalización europea también tuvo contestación por parte de los críticos, aunque fue bastante minoritaria. Izquierda Unida en España estuvo en contra de Maastricht. En Francia tuvo lugar una movilización relativamente importante contra el proyecto de Constitución europea. Además, hubo dos noes muy sonados: los de Dinamarca y el Reino Unido, que no quisieron renunciar a su soberanía monetaria. Hoy en día, estos dos países siguen fuera del euro y uno de ellos ha iniciado el proceso para autoexcluirse de la Unión Europea.
La gran paradoja
Muchos años después de las primeras protestas contra la globalización, comenzamos a hablar de desglobalización. Y ya no son sólo reivindicaciones y protestas de la sociedad civil. Ahora ya son victorias que se están apuntando fuerzas del propio sistema (el Partido Republicano americano, por ejemplo) apoyadas o aupadas en ocasiones por outsiders (Donald Trump, un hombre de negocios que presenta su cara más heterodoxa transformándose en un político antiélites). Además, la idea de la desglobalización triunfa en países centrales, en los más grandes del mundo occidental, en los mismos lugares de nacimiento de la ideología liberal.
La paradoja es enorme: 23 años después del levantamiento zapatista, es el presidente de los Estados Unidos, Donald Trump, quien amenaza a las compañías americanas con aranceles aduaneros para los productos que fabriquen en México y quieran vender en EE.UU. Además, avisa de una próxima renegociación del NAFTA y pide su salida del Tratado Transpacífico (TPP) nada más tomar posesión del cargo y tras un primer discurso ya como mandatario en el que invitaba a comprar americano y contratar trabajadores estadounidenses.
También  prometía recuperar los empleos y la riqueza perdida por la clase media americana, al haberse redistribuido por el mundo como consecuencia, resumiendo, del modo en que se ha gestionado la globalización. En el Reino Unido, los ciudadanos deciden en un referéndum convocado por un primer ministro del Partido Conservador autoexcluirse de la Unión Europea.
El Frente Nacional de Marine Le Pen da la enhorabuena a Trump y al Reino Unido por sus “victorias” y dice que la siguiente ficha en caer del mismo lado será Francia, que también buscará replegarse en las limitadas fronteras del Estado nacional.
Y quizás veamos algo parecido en Italia, donde la Liga Norte, el Movimiento Cinco Estrellas y Forza Italia también plantean de manera más o menos abierta una consulta popular para salir del club europeo. Como colofón, este pasado fin de semana, la extrema derecha europea se reunía, envalentonada por los éxitos, los ánimos y los buenos augurios que les transmitió Trump días antes: habrá más rupturas en Europa a lo ‘Brexit’, en su opinión.
El descontento generado por la globalización está manifestándose en los países del mundo que se consideraba que iban a ser los grandes ganadores de la libertad global de mercado. Pero, quizás, porque se había dejado de lado que incluso dentro de los países beneficiados por la desaparición de las fronteras al capital iba a haber grupos sociales excluidos, que iba a haber perdedores de la globalización o personas que se iban a sentir desplazadas.
Y no sólo en lo material (las deslocalizaciones les dejan sin trabajo, las migraciones provocan que el valor de su fuerza de trabajo se reduzca) sino también en lo “espiritual”: la difuminación de las fronteras parece poner en peligro las señas de identidad de los colectivos más débiles. De ahí el repliegue identitario ante fenómenos nuevos como el de la llegada de refugiados a países en los que la inmigración ha sido casi inexistente, como Hungría y otros países del centro y del este de Europa, otro foco geográfico importante de la desglobalización.
La antiglobalización que ganó elecciones en el Sur y la que las gana en el Norte
Pero la antiglobalización ya había tenido éxitos institucionales en los países emergentes, en particular en América Latina, como escribía el vicepresidente boliviano Álvaro García Linera en el periódico argentino Página 12: “Los primeros traspiés de la ideología de la globalización se hacen sentir a inicios del siglo XXI en América Latina, cuando obreros, plebeyos urbanos y rebeldes indígenas desoyen el mandato del fin de la lucha de clases y se coaligan para tomar el poder del Estado.
Combinando mayorías parlamentarias con acción de masas, los gobiernos progresistas y revolucionarios implementan una variedad de opciones posneoliberales mostrando que el libre mercado es una perversión económica susceptible de ser reemplazada por modos de gestión económica mucho más eficientes para reducir la pobreza, generar igualdad e impulsar crecimiento económico”.
¿Tiene que ver el altermundialismo de hace veinte años con las estrategias nacionalistas de hoy en día? Jaime Pastor, profesor titular en el Departamento de Ciencia Política y de la Administración de la UNED, comenta que el movimiento de dos décadas atrás fue una respuesta a la globalización financiera y neoliberal, a la concentración de poder en manos de las grandes empresas multinacionales, al ataque a la propiedad comunal indígena; fue un movimiento contra la “globalización feliz”.
En cambio, en su opinión, el Brexit y Trump suponen una reacción a la crisis de esa “globalización feliz” de las multinacionales. Tanto el Brexit como el nuevo presidente de Estados Unidos surgen, dice Jaime Pastor, para defender la prioridad nacional en su calidad de grandes potencias. También hay en ellos, en opinión del profesor, razones de competencia: quieren salir lo menos mal posible del parón económico, de la etapa de estancamiento secular que parece haber arrancado tras superarse lo peor de la crisis económica.
Los desglobalizadores actuales se apoyan, continúa Pastor, en el sentimiento de agravio de una parte de la población, las víctimas de la desindustrialización del norte. En definitiva, a lo que asistimos ahora, según expresa Pastor, es a una combinación de egoísmo nacionalista de gran potencia que se apoya en el malestar popular de quienes perdieron con las deslocalizaciones de las empresas que recorrían el mundo en busca de la reducción de costes y la maximización del beneficio.
En el mismo sentido se expresa Jorge Fonseca, profesor de Economía Internacional de la Universidad Complutense de Madrid y miembro del consejo científico de ATTAC: “De momento, lo que hay es puja por la hegemonía en la globalización en la que Estados Unidos perdió su condición de potencia hegemónica absoluta y lo que busca es recuperarla ‘renegociando la globalización’, que seguirá siendo neoliberal, salvo que una profunda crisis como la de los años treinta les fuerce a romperla”.
Y continúa Fonseca: “En realidad, los movimientos antisistémicos son alterglobalización y la supuesta actitud antiglobalización de Trump es en realidad un chantaje para renegociar con más ventaja los términos de los acuerdos de libre comercio en un momento en que Estados Unidos se ve agrietado socialmente por dentro. Y no son comparables las políticas soberanistas ‘defensivas’ de los países latinoamericanos con las nacionalistas ofensivas como las de Estados Unidos o el Reino Unido. Mientras las primeras buscaban limitar el expolio internacional, las segundas buscan aumentarlo”.
El economista Ramón Casilda apunta que en realidad Donald Trump no hizo campaña contra la globalización, sino que sólo está lanzando propuestas para resolver síntomas de sus efectos negativos en la economía estadounidense, para lo que ha recurrido a un modelo antiguo, el de la industrialización vía sustitución de importaciones.
Miguel Ángel Díaz Mier, profesor de la Universidad de Alcalá, sintetiza una posible respuesta a lo que está ocurriendo: “Una cuestión importante es definir qué se entiende por globalización, cuya principal característica es que se trata de un proceso dinámico. En consecuencia, parece claro que la globalización del siglo XXI tiene algunas de las características, pero no todas, que han acompañado a la globalización del siglo XX.
En este sentido, sí se puede hablar de desglobalización, aunque parezca claro que la idea de globalización tendrá que definirse de nuevo”. Así, los rasgos de la nueva globalización pueden responder, según Díaz Mier, a nuevas situaciones en dominios como la lucha contra el cambio climático, las respuestas a los fenómenos migratorios con su impacto en la división internacional del trabajo… El capitalismo ha entrado, pues, en una dinámica que hay que monitorizar de cerca.
Pero, ante los acontecimientos recientes, cabe hacerse la pregunta de si al final ha habido más víctimas en el norte que en el sur, dado que en el norte la antiglobalización triunfa ahora, mientras que en el sur, poco a poco, los gobiernos que alcanzó en América Latina se van disolviendo.
“Víctimas ha habido en el norte y en el sur”, comenta Pastor. Pero quizás se han manifestado en diferente momento histórico. En el sur la antiglobalización estalló con fuerza institucional en los noventa, después de que en los años ochenta se impusieran las políticas de ajuste que lo ahogaron y se tentaran políticas de sobreexplotación tanto de sus recursos como de su fuerza de trabajo.
La caída de algunos Gobiernos de izquierda en los últimos años en América Latina se debe, según Gonzalo Berrón, investigador asociado del TNI (Transnational Institute), que habla desde Brasil, a que la crisis económica impidió cumplir con las promesas de bienestar. Éstas no fueron satisfechas sobre todo para las clases medias. “Estamos en un ciclo de reversión. La primera onda de antiglobalización llevó al poder a gobiernos progresistas, pero no satisfacieron las expectativas y ahora se está volviendo a opciones liberales”, describe Berrón.
En comparación con los del sur, continúa Pastor, los trabajadores del norte eran privilegiados, aunque estos últimos parecen haber terminado por estallar en un movimiento que Pastor califica de “chovinismo del bienestar menguante”.
Pero, en todo caso, como expresa Fonseca, “esta globalización, neoliberal y con predominio de las finanzas y dominio monopolista de las grandes transnacionales, es perjudicial para el desarrollo, no sólo de los países del Sur Global, sino también para los desarrollados, en los que crece la desigualdad y la pobreza.
La excepción es China, que experimenta un proceso de industrialización continuado desde hace más de treinta años, y más limitadamente países de su entorno, como Malasia o Vietnam, que han mejorado su nivel de desarrollo humano según Naciones Unidas, pero que también se enfrentan a límites difíciles de superar”.
Los últimos movimientos que han surgido en los países desarrollados están muy institucionalizados y buscan alcanzar el poder de una manera convencional en parte porque sus protagonistas salen del propio poder. Hace veinte años, la antiglobalización, como la define Jaime Pastor, era un movimiento de nómadas, con poco anclaje tradicional en el territorio nacional.
Y su siempre limitada fuerza se agotó pronto. Quizás, como señala Pastor, su último episodio fuera la movilización contra la guerra de Irak. Ahí acabó la ola antiglobalización progresista en el norte. “No hubo tiempo para que se produjera un anclaje de ámbito nacional-estatal en el norte, aunque sí en el sur”, comenta Pastor. Los movimientos antiglobalización no cuajaron en el norte y parecieron siempre minoritarios.
Y ello, además de por su propia idiosincrasia horizontal y cuasiespontánea, también se dio por otras razones que explica Gonzalo Berrón: “El primer lugar de la antiglobalización fue el Sur, América Latina, porque se opusieron de manera más fuerte al Consenso de Washington, que imponía desregular, liberalizar…
En el norte es cierto que en esos años se produjo una importante deslocalización de empresas hacia otros países con costes laborales más baratos, pero ello se pudo compensar con el crecimiento del sector servicios y la fortaleza del crecimiento del consumo.
La reacción de la globalización tuvo efecto en América del Sur con gobiernos progresistas que detuvieron su influjo. El propio Morales formaba parte del movimiento antiglobalización, por ejemplo”. Berrón añade: “Ahora parece que los efectos perniciosos de la globalización han llegado al norte y se han acentuado por la crisis que estalló en el año 2008 y que ha traído consigo no sólo una recesión muy larga, sino también recortes y ajustes”. ¿Los ochenta de América Latina corresponden a la segunda década de los 2000 en Europa?
Los movimientos antiglobalización de hace veinte años partían del espectro de la izquierda. Ahora los triunfantes son patrimonio de la derecha. En los países desarrollados, en lugar de atacar al neoliberalismo, se ataca a la inmigración, a la que se echa la culpa de los males de los perdedores occidentales de la globalización, o a los chinos que producen más barato, con lo que se agita una guerra entre pobres y empobrecidos, según apunta Pastor.
Y es que, de acuerdo con Pastor, la socialdemocracia ha sido uno de los motores de la globalización, mientras otros sectores de la izquierda se centraron más en otro tipo de movimientos. En todo caso, precisa el profesor Jaime Pastor, Podemos, en parte, hunde sus raíces en los movimientos antiglobalización.
De hecho, muchos de sus líderes participaron en sus movilizaciones y también en su institucionalización en América Latina. Y Berrón apunta el éxito de líderes izquierdistas como Bernie Sanders en Estados Unidos o Jeremy Corbyn en el Reino Unido. El primero, casi gana en su pugna con Hillary Clinton por la candidatura a la presidencia por parte del Partido Demócrata.
El segundo se ha confirmado como líder de los laboristas británicos siendo su representante más izquierdista de las últimas décadas, aunque, a veces, parece dar crédito a las inquietudes antiinmigración que atribuye a las que han sido las bases tradicionales del laborismo.
De todas maneras, Jaime Pastor opina que el verdadero fallo, la responsabilidad de que la globalización se desmadrara y de que ahora quienes se sienten perdedores se encuentren un poco huérfanos de izquierda (¿o incluso captados por las nuevas derechas nacionalistas?) reside en el movimiento obrero: “Los sindicatos se apuntaron al neocorporativismo competitivo nacional.
En el mejor de los casos, dieron un ‘sí crítico’ a acontecimientos como el Tratado de Maastricht en Europa. No respondieron a la devaluación de la fuerza de trabajo tanto en los salarios directos como en los indirectos”.
¿Evidencias de desglobalización?
Que la antiglobalización haya cuajado en el escenario político del norte, ¿ha provocado ya evidencias cuantificables de desglobalización en el mundo? Lo cierto es que los bancos de inversión y el mundo financiero en su conjunto sí se muestran preocupados por esta cuestión.
Un reciente informe de Bank of America Merrill Lynch comenta: “La era de libre comercio y movilidad de capital y trabajo que se desarrolló entre 1981 y 2015 parece estar llegando al final. Los electorados están virando hacia una dirección antiinmigración. El populismo anti-libre comercio está creciendo (una reciente encuesta mostraba que el 65% de los americanos dice que las políticas comerciales han provocado una caída del empleo en Estados Unidos, frente al 13% que cree que han creado trabajo).
El Brexit y las elecciones americanas representan reacciones populistas de repudio al statu quo global”. Martin Wolf, en el Financial Times, también se ocupa, preocupado, de este tema: “Como la era de la globalización termina, ¿el proteccionismo y el conflicto definirán la nueva fase?”, se pregunta en un reciente artículo. Y Nouriel Roubini titulaba otro de esta forma: “’América primero’ y conflicto global después”.
Para David Lubin, de Citi, la desglobalización es una evidencia. Desde 2012 él observa límites crecientes a la libertad comercial. Y también una nueva reacción de países emergentes emprendiendo estrategias de reducción de la dependencia del extranjero, es decir, estrategias económicas nacionalistas.
No sólo Polonia, Hungría o Rusia han comenzado ese camino. Hasta China está intentando depender menos de las exportaciones al extranjero a cambio de fortalecer su consumo interno. Por eso, a Lubin le parece casi un anacronismo que la Argentina de Mauricio Macri o el Brasil de Michel Temer sigan intentando adoptar políticas para parecer fiables a ojos del capital extranjero. Aunque el nacionalismo económico traiga consigo ritmos de crecimiento más modestos, éste parece, a ojos de Lubin, más apropiado para un contexto como el actual.
El analista financiero Juan Ignacio Crespo cita a la Organización Mundial del Comercio cuando afirma que entre octubre de 2015 y mayo de 2016 los países del G-20 adoptaron 145 leyes encaminadas a levantar barreras proteccionistas. Desde 2008, se han aprobado 1.500 medidas de este tipo.
Crespo también apunta estimaciones del economista británico Simon Evenett, según las cuales hay cerca de 4.000 leyes y normas proteccionistas registradas en todo el mundo, el 80% de ellas, en los países del G-20, que son responsables del 90% del comercio mundial. Larvadamente, antes de Trump y del Brexit, ya había medidas de limitación del libre comercio, que ahora podrían ir a más.
¿Es la crisis o es la globalización?
Para Juan Ignacio Crespo, los resultados políticos que estamos viendo en el Reino Unido, en EE.UU., en Austria, donde la extrema derecha se quedó a las puertas del Gobierno… son consecuencia de la pequeña desglobalización que había comenzado a causa de la crisis.
Crespo recuerda que en 2008 el comercio mundial se hundió totalmente y ahora está creciendo a ritmos inferiores al PIB, aunque en ello tenga mucho que ver el enfriamiento de China y su menor consumo de materias primas. La caída del comercio mundial es una de las manifestaciones de la crisis económica y ha empeorado las condiciones de vida de ciertos colectivos de la sociedad que, más por hastío que por convencimiento, han votado a estas nuevas fuerzas políticas.
Ahí residen las razones por las que se ha producido una rebelión contra las élites, aunque todavía, según Crespo, no sea muy grande: el Brexit ganó por poco y en EE.UU., en voto electoral, ganó Hillary Clinton.
Para Crespo, la precarización y la inseguridad de los colectivos que están detrás de los nuevos triunfos electorales no se deben a la globalización, sino a la crisis económica y a las nuevas tecnologías. Es el malestar por la crisis económica lo que canalizan fuerzas como Podemos en España o como Donald Trump en Estados Unidos.
Quizás pudiera haberse evitado todo este proceso que vivimos en los últimos años si no hubiera estallado la crisis financiera, lo que se habría evitado si no se hubiera desregulado el sector financiero, pero ello, como señala Crespo, habría sido muy difícil de lograr en un contexto de prosperidad económica.
El economista Ramón Casilda, que acaba de publicar Crisis y reinvención del capitalismo, da una vuelta de tuerca. En realidad, la globalización es una consecuencia del capitalismo. Y quizás si la globalización no pasa por su mejor momento es por la crisis del capitalismo. A su juicio, lo que hay que dirimir es si ésta es pasajera, si constituye una fase para recuperar fuerza o si por el contrario está anunciando la decadencia del sistema mismo.
¿Una desglobalización favorable para el desarrollo interno de los países?
En todo caso, esta desglobalización, de la que ya puede haber ciertas evidencias, ¿puede contribuir al desarrollo interno de países hasta ahora en exceso dependientes de otros?, ¿se puede arreglar ésta a veces criticada por injusta división internacional del trabajo que ha surgido de la globalización o se ha hecho crónica por su culpa?
Para Crespo, el desarrollo propio ya no sirve, porque la globalización hace dependiente a todo el mundo de todo el mundo. Si los países emergentes necesitan capital, los desarrollados tienen necesidad de colocar su exceso de liquidez. Se ha construido un sistema, en su opinión, en el que todo el mundo se aprovecha de todo el mundo.
España misma, según explica, ha vivido este proceso de desarrollo: España también fue un país emergente que se abrió al exterior, atrajo inversiones y después sufrió deslocalizaciones para sustituir esas industrias por un sector servicios muy desarrollado, aunque, añadimos nosotros, nunca de manera suficiente, a tenor de las altas tasas de paro que ha soportado la economía doméstica.
Pero Berrón considera que la globalización no redundó en el desarrollo de las economías latinoamericanas. La industria que llegó al área no permeó, no generó cadenas productivas. Al Cono Sur se le condenó a una inclusión subordinada y dependiente del norte. Su inserción internacional sólo fue en calidad de proveedor de materias primas o bienes de poco valor añadido.
Aunque, a continuación, las estrategias de desarrollo interno que pusieron en marcha los gobiernos de progreso fueron ineficaces en su implementación, en su diseño o porque el entorno global impidió su éxito. Por eso, Berrón no confía en el éxito de las estrategias renacionalizadoras. Sobre todo porque es posible que la ola desglobalizadora no dure lo suficiente como para que los países de la periferia global desarrollen estrategias propias.
Y si se prolonga en el tiempo, anticipa grandes movimientos en las placas tectónicas del sistema y procesos de transformación que no van a ser nada suaves. Al final, todos se rearmarían para una nueva realidad, aunque costará años, puesto que la globalización ha desmantelado modelos de desarrollo autónomo y de desarrollo regional. “Si Donald Trump se consolida como un líder nacionalista y hace todo lo que dice, el mundo puede ser otro”, resume Berrón.
¿Una nueva ola antiglobalización progresista? 
En el norte, o quizás a nivel global, ha habido un repliegue de la antiglobalización progresista, pese a su pequeña reactivación contra el TTIP o el CETA, pero Gonzalo Berrón anticipa un nueva oleada, que debe ser contra Trump y contra la globalización neoliberal como sistema, no contra sus manifestaciones concretas en forma de tratados de libre comercio.
Esto último, opina, es insuficiente. Así, comienzan a apostar por medidas para desprivatizar la democracia y que sea lo público, el Estado, el que financie los comicios y las campañas electorales y no el mercado para que magnates como Trump no partan con ventaja; también han emprendido una pelea en la ONU por la imposición de obligaciones a las transnacionales, y así, reequilibrar las desigualdades generadas por la globalización.
Además, apuestan por un cuestionamiento severo de la propiedad intelectual y las patentes sobre las que se han construido grandes imperios mercantilizando la vida; también, por la recuperación del acceso a la naturaleza como un bien común ahora en manos de compañías ligadas a la industria alimentaria y a la explotación de los recursos mineros. Con estas reivindicaciones pretende el movimiento antiglobalización de izquierdas capitalizar la revuelta global.
¿Llega tarde? No lo sabemos pero, como afirma Jorge Fonseca, lo que se dirime ahora en el mundo es si se apuesta por la humanidad o por la depredación salvaje: “Una globalización humanizada debe poner el objetivo en favorecer a las personas, con un modelo económico socialmente justo y ecosostenible. En realidad ni siquiera debemos hablar de ‘globalización’, que es una categoría desprestigiada. Vayamos a una sociedad mundial humanizada”.

No hay comentarios.: