Malvenido Trump, ¿Welcome Lenin?
Por Juan Dal Maso y Fernando Rosso
El
mundo está cambiando, al margen de hasta dónde pueda llegar Donald
Trump con sus políticas "aislacionistas". En el contexto de otros
procesos como el Brexit en Inglaterra y la crisis de la Unión Europea,
representa una tendencia fuerte a la reversión de una serie de
presupuestos que primaron durante largas décadas desde la salida de la
Segunda Guerra Mundial y que se acentuaron con el neoliberalismo:
globalización y libre comercio, exportación y extensión de la democracia
formal occidental, expropiación de los reclamos de los llamados
movimientos sociales, “integrando” a minorías étnicas, chicanos,
mujeres y movimientos por la diversidad sexual, dentro de la política
oficial de un sistema muy desigual pero para todos y todas.
Neoliberalismo salvaje en el terreno económico, diversidad posmoderna y
democracia formal parecía ser la fórmula del éxito del extenso periodo
neoliberal.
La
categoría de "crisis orgánica", permite entender una situación como la
que da origen a Trump: el neoliberalismo como "gran empresa" no fracasó
desde el punto de vista de la concentración económica y la explotación
de la clase trabajadora, pero sí en su intento de mantener una base
social más o menos permanente en la medida en que los "beneficios del
derrame" resultaron inexistentes o escasos. La internacionalización
desbocada del capital dejó a mucha gente afuera, dentro de sus fronteras
nacionales: se van las empresas a facturar su libertad y se quedan los
desocupados a paliar su empobrecimiento.
La
crisis del Estado en su conjunto aparece como un fenómeno de escala
nacional y puede pensarse desde el punto de vista internacional, no como
crisis orgánica mundial, sino en formaciones supranacionales
contradictorias como la Unión Europea.
Así la definía Antonio Gramsci:
“En cierto punto de su vida histórica los grupos sociales se separan de
sus partidos tradicionales, o sea que los partidos tradicionales en
aquella determinada forma organizativa, con aquellos determinados
hombres que los constituyen, los representan y los dirigen no son ya
reconocidos como su expresión por su clase o fracción de clase. Cuando
estas crisis tienen lugar, la situación inmediata se vuelve delicada y
peligrosa, porque el campo queda abierto a soluciones de fuerza, a la
actividad de potencias oscuras representadas por los hombres
providenciales o carismáticos ¿Cómo se crean estas situaciones de
oposición entre representantes y representados, que del terreno de los
partidos (organizaciones de partido en sentido estricto, campo
electoral-parlamentario, organización periodística) se refleja en todo
el organismo estatal, reforzando la posición relativa del poder de la
burocracia (civil y militar), de la alta finanza, de la Iglesia y en
general de todos los organismos relativamente independientes de las
fluctuaciones de la opinión pública? En cada país el proceso es
distinto, si bien el contenido es el mismo. Y el contenido es la crisis
de hegemonía de la clase dirigente, que se produce ya sea porque la
clase dirigente ha fracasado en alguna gran empresa política para la que
ha solicitado o impuesto con la fuerza el consenso de las grande masas
(como la guerra) o porque vastas masas (especialmente de campesinos y de
pequeñoburgueses intelectuales) han pasado de golpe de la pasividad
política a una cierta actividad y plantean reivindicaciones que en su
conjunto no orgánico constituyen una revolución. Se habla de "crisis de
autoridad" y esto precisamente es la crisis de hegemonía, o crisis del
Estado en su conjunto (Cuadernos de Cárcel, C13 §23 redactado entre mayo de 1932 y primeros meses de 1934).
En el marco del desprestigio creciente del neoliberalismo, la crisis de
formaciones tradicionales como el Partido Demócrata yanqui o la
socialdemocracia europea parecen confirmar que lo que está en default es
lo que queda de un orden fundado en los años de la segunda posguerra.
Desde el punto de vista económico, la tendencia que representa Trump
cumple la misma función: intentar la tarea relativamente imposible -sin
mayores enfrentamientos- de desarmar el entramado de "internacionalismo
burgués" que la economía mundial fue tejiendo en las últimas décadas,
que a su vez permitió que los Estados salvaran a los bancos desde el
inicio de la crisis de 2008, que se viene administrando lentamente como
una "crisis del '30 en cuotas": la larga agonía del orden globalizador.
Desde el punto de vista político esta “gradualidad” de la catástrofe se
manifiesta no en el surgimiento aún de fenómenos como “centrismos de
masas” con la centralidad e impronta de la clase trabajadora, como
sucedía en los años '30, sino como neoreformismos a la izquierda de las
viejas formaciones o como nuevas coaliciones: desde Syriza en Grecia
hasta Jeremy Corbyn en Inglaterra, desde Bernie Sanders en Estados
Unidos al debate que cruza a Podemos en el Estado Español o la nueva
sorpresa y media del triunfo de Benoît Hamon en la interna de los
socialistas franceses, una elección que, una vez más, jubiló a
encuestadores y pronosticadores.
A la derecha, el propio Trump, el Frente Nacional galo o la Liga Norte
de Italia que se reunieron en Alemania junto a otras formaciones de la
todavía “paqueta” ultraderecha europea.
Pensado desde el punto de vista internacional, Trump representa más
cabalmente lo que sería un tendencia a la ruptura del "equilibrio
inestable" del capitalismo. Con esa categoría extrapolada de la física,
León Trotsky había señalado en la inmediata primera posguerra las
alternativas catastróficas del capitalismo después de la gran
confrontación y la revolución rusa, destacando que el equilibro
capitalista era "un fenómeno complicado" que estaba en tensión
permanente entre la continuidad y la ruptura y era el resultado de la
interrelación entre la situación de la economía, las relaciones entre
los Estados y el desarrollo de la lucha de clases. De este modo lo
definía Trotsky:
“Después de la guerra imperialista, entramos en un período
revolucionario, o sea en un período durante el cual las bases del
equilibrio capitalista se quiebran y caen. El equilibrio capitalista es
un fenómeno complicado; el régimen capitalista construye ese equilibrio,
lo rompe, lo reconstruye y lo rompe otra vez, ensanchando, de paso, los
límites de su dominio. En la esfera económica, estas constantes
rupturas y restauraciones del equilibrio toman la forma de crisis y
booms. En la esfera de las relaciones entre clases, la ruptura del
equilibrio consiste en huelgas, en lock-outs, en lucha revolucionaria.
En la esfera de las relaciones entre estados, la ruptura del equilibrio
es la guerra, o bien, más solapadamente, la guerra de las tarifas
aduaneras, la guerra económica o bloqueo. El capitalismo posee entonces
un equilibrio dinámico, el cual está siempre en proceso de ruptura o
restauración. Al mismo tiempo, semejante equilibrio posee gran fuerza de
resistencia; la prueba mejor que tenemos de ella es que aún existe el
mundo capitalista." (La situación mundial, junio de 1921).
Este equilibrio se basa en el plano económico en la división
internacional del trabajo, en el plano de la lucha de clases en el
control del conflicto a escala interna de cada estado y en el plano de
la geopolítica en un sistema de contrapesos más o menos estable entre
los estados. En el primero y el segundo plano, las cosas no están
marchando bien. En el segundo, la situación es más heterogénea. Pero de
conjunto, las variables que dominaron la economía y la política mundial
durante las últimas décadas, están cambiando más o menos
aceleradamente.
En este marco, el llamado "momento populista" podría estar anunciando
algo mucho menos "posmarxista" y bastante más clásico: el retorno de
contradicciones profundas del capitalismo y la tendencia a resolverlas
sobre la base del Estado nacional y no pacíficamente en el orden
internacional.
De allí el “curioso” título de este artículo: muchas de las
precondiciones “leninistas” se configuran en la escena mundial: crisis
económica, divisiones de los arriba (Silicon Valley toreando a Trump!) y
mayor actividad de la luchas sociales y en algunos casos como mayor o
menor forma de lucha de clases. Con la excepción de una: las acciones
históricas independientes que impongan una contratendencia contundente
por izquierda.
El discurso de Trump dirigido hacia el trabajador varón y de raza blanca
parecería ser un intento de reeditar en condiciones desfavorables para
los obreros el pacto que Giovanni Arrighi señalaba en Siglo XX, siglo marxista, siglo americano:
la colaboración obrero-patronal en los marcos de un capitalismo en
ascenso, se transforma en una mezcla de retórica proteccionista y empleo
precario.
Por eso los análisis que ven a Trump como un working class hero,
además de falaces son fantasiosos: el voto a Trump no es un voto de
clase, sino un voto de individuos trabajadores atomizados y
transformados en polvo de la historia.
En esta entrevista,
Emilio Albamonte afirma que “el proletariado ha entrado por el lado
equivocado”, haciendo oír su furia mal dirigida y peor orientada, pero
no por eso menos real. Y en parte es así porque cuando quiso entrar “por
el lado correcto” (Grecia!) sus direcciones no tuvieron ni el 10% de
decisión de la que muestran las nuevas derechas en la acción política y
en la disposición para hacerse del mando.
Por eso estamos lejos del análisis simplista de Slavoj Žižek (“Trump es
mejor porque acelera las contradicciones”). Pero es cierto que el avance
por derecha tiene un aspecto contradictorio: apelando al lenguaje de
los puños, el garrote y los muros, Trump habilita la discusión sobre
"soluciones" radicales.
Aunque sería un error suponer que los trabajadores norteamericanos (o de
otras partes del mundo) pueden radicalizarse de pronto desde la derecha
xenófoba, nacionalista e imperialista a posiciones de izquierda, sin
mediar grandes catástrofes sociales (no olvidemos que casi todas las
revoluciones del siglo XX se hicieron en contextos de crisis y guerra
mundial o de guerras de liberación nacional).
Tan erróneo como creer que las provocaciones confiadas de la derecha en
ascenso no tendrán respuestas del otro lado, interno o externo, de sus
nuevos muros.
A esto se suma que el avance derechista golpea pero a su vez preserva a
los alicaídos “progresismos”, lo cual puede verse en el intento del
Partido Demócrata de capitalizar el descontento que ya se pone en
movimiento contra Trump, o en el triunfo del candidato “de izquierda” en
la reciente interna del PS francés.
La política y la economía mundiales entran cada vez más en un terreno de
incertidumbre, en el que fenómenos aberrantes estarán a la orden del
día tanto como pueden terminar sepultados por la dinámica de los
acontecimientos. Si la izquierda quiere presentar una alternativa a este
proceso de descomposición de los regímenes políticos y crisis
económica, necesitará una política independiente, una práctica combativa
y una estrategia de ruptura con el capitalismo, para conquistar el
corazón y la mente de la clase trabajadora y los sectores populares.
En este plano también, más que nunca, Malvenido Trump, Welcome Lenin.
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