Discurso de Dionisio Inca Yupanqui en las Cortes de Cádiz. 16 de diciembre 1810
Tras el
traspaso de la corona de Fernando VII a José Bonaparte, hermano de
Napoleón Bonaparte, se produjo el movimiento juntista en la metrópoli
hispana. Finalmente se convocaron las Cortes en la ciudad de Cádiz. Por
las dificultades de comunicación, debido a la guerra con los franceses y
porque el proceso de Emancipación americana se había iniciado muy pocos
delegados eran originarios de América.
Además, el único representante de los
pueblos originarios fue Dionisio Inca Yupanqui, nacido en Cusco quien
dio un discurso tan emotivo que provocó un cerrado aplauso de
aceptación. Es interesante porque pocas veces se registran estas
muestras en las actas de las Cortes de Cádiz que, finalmente en 1812
aprobaron una constitución liberal, que fue derogada por Fernando VII
luego de su restauración.
Aquí transcribimos esa alocusión de Dionisio Inca Yupanqui:
El Sr. INCA pidió entonces la palabra, y leyó el papel siguiente:
“Señor, Diputado
suplente por el vireinato del Perú, no he venido á ser uno de los
indivíduos que componen este cuerpo moral de V.M. para lisonjearle, para
consumar la ruina de la gloriosa y atribulada España, ni para sancionar
la esclavitud de la virtuosa América, He venido sí, á decir á V.M. con
el respeto que debo y con el decoro que profeso, verdades amarguísimas y
terribles si V.M. las desestima; consoladoras y llenas de salud, si las
aprecia y las ejercita en beneficio de su pueblo. No haré, Señor,
alarde ni ostentación de mi conciencia; pero sí diré que reprobando esos
principios arbitrarios de alta y baja política, empleados por el
despotismo, solo sigo los recomendados por el Evangelio de V.M. y yo
profesamos. Me prometo, fundado en los principios de equidad que V.M.
tiene adoptados, que no querrá hacer propio suyo este pecado gravísimo
de notoria y antigua injusticia en que han caido todos los Gobiernos
anteriores: pecado que en mi juicio es la primera ó quizá la única causa
por que la mano poderosa de un Dios irritado pesa tan gravemente sobre
este pueblo nobilísimo, digno de mejor fortuna. Señor, la justicia
divina protege á los humildes, y me atrevo á asegurar á V.M., sin
hallarme ilustrado por el espíritu de Dios, que no acertará á dar un
paso seguro en la libertad de la Pátria mientras no se ocupe con todo
esmero y diligencia en llenar sus obligaciones con las Américas: V.M. no
las conoce. La mayor parte de sus Diputados y de la Nación apenas
tienen noticia de ese dilatado continente. Los Gobiernos anteriores le
han considerado poco, y solo han procurado asegurar las remesas de este
precioso metal, orígen de tanta inhumanidad, del que no han sabido
aprovecharse. Le han abandonado al cuidado de hombres codiciosos é
inmorales; y la indiferencia absoluta con que han mirado sus más
sagradas relaciones con este país de delicias, ha llenado la medida de
la paciencia del Padre de las misericordias, y forzándole á que derrame
parte de la amargura con que se alimentan aquellos naturales sobres
nuestras provincias europeas. Apenas queda tiempo ya para despertar del
letargo y para abandonar los errores y preocupaciones hijas del orgullo y
vanidad. Sacuda V.M. apresuradamente las envejecidas y odiosas rutinas,
y bien penetrado de nuestras presentes calamidades son el resultado de
tan larga época de delitos y prostituciones, no arroje de su sena la
antorcha luminosa de la sabiduría, ni se prive del ejercicio de las
virtudes. Un pueblo que oprime a otro no puede ser libre. V.M. toca con
las manos esta terrible verdad. Napoleón, tirano de Europa, su esclava,
apetece marcar con este sello á la generosa España. Esta, que lo resiste
valerosamente, no advierte el dedo del Altísimo, ni conoce que se le
castiga con la misma pena que por tres siglos hace sufrir á sus
inocentes hermanos. Como Inca, Indio y Americano, ofrezco á la
consideración de V.M. un cuadro sumamente instructivo. Dígnese hacer de
él una comparada aplicación, y sacará consecuencias muy sabias é
importantes. Señor, ¿resistirá V.M. á tan imperiosas verdades? ¿Será
insensible á las ansiedades des sus súbditos europeos y americanos?
¿Cerrará V. M. ojos para no ver con tan brillantes luces el camino que
aun le manifiesta el cielo para su salvación? No, no sucederá así; yo lo
espero lleno de consuelo en los principios religiosos de V.M. y en la
ilustrada política con que procura señalar y asegurar sus soberanas
deliberaciones.”
Leido este papel,
presentó una fórmula de decreto reducido á mandar á los vireyes y
presidentes de las Audiencias de América que con suma escrupulosidad
protejan a los indios, y cuiden de que no sean molestados ni afligidos
en sus personas y propiedades, ni se perjudique en manera alguna á su
libertad personal, privilegios, etc.
Se oyó todo con aplauso, y al tiempo de votarse dijo
El Sr. ESPIGA: Me
parece muy laudable la proposición del señor preopinante, pero la
encuentro demasiado general. Debia individualizarse por artículos, y
acompañarle una instrucción que fuese materia de discusión.
Los Sres PRESIDENTE Y
VICEPRESIDENTE dijeron que este sería el fruto de la discusión, á la
cual fue admitida dicha proposición por unanimidad de votos.
El Sr. VILLANUEVA
dijo: Creo que la proposicion no debia discutirse, sino aprobarse por
aclamacion, no siendo más que un extracto de la legislación de Indias en
esta parte.
El Sr ARGUELLES:
Admiro, dijo, el celo filantrópico del Sr. Inca; pero soy de dictámen
que conforme al Reglamento se deje para otro dia la discusión, porque
acaso el Sr. Inca convendrá conmigo en que pueda variarse o modificarse
alguna expresión.
Con esto terminó la sesion.
16 de diciembre de 1810. Nro. 81.
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