El martes 15 de marzo de 2016, dos años después de haber dado a luz a una exitosa criatura política a la que pusieron de nombre Podemos, la pareja formada por Pablo Iglesias e Iñigo Errejón fue alcanzada por lo que el neurocientífico argentino Facundo Manes llama un "disparo emocional". El cerebro y el corazón de Podemos chocaron, rompieron sus amarras y dio comienzo ese proceso conflictivo y doloroso que -como saben los especialistas- acaba en divorcio en todas las parejas. Pablo Iglesias destituyó esa noche de manera fulminante al secretario de Organización de Podemos, Sergio Pascual, estrecho colaborador de Iñigo Errejón. Como muchas parejas cuando saben que algo se ha roto y no volverá a unirse, esa noche Iglesias y Errejón mantuvieron una conversación a corazón abierto de la que salieron destrozados. El número dos de Podemos dejó la casa y se fue de viaje. Antes de irse, anunció que durante dos semanas guardaría silencio en señal de protesta. Quería que su silencio le doliese mucho a Pablo Iglesias. Le dolió, en efecto. Quizá fue casualidad, pero en los días que duró ese silencio, el líder de Podemos sufrió un cólico nefrítico que le llevó al hospital.
"La cuerda cortada puede volver a anudarse, vuelve a aguantar, pero está cortada. Quizá volvamos a tropezar, pero allí donde me abandonaste no volverás a encontrarme". Es una sentencia de Bertolt Brecht sacada de uno de los muchos libros de Walter Riso, el gran psicólogo clínico especialista en rupturas y desamores. La cuerda cortada de Podemos siguió aparentemente unida con sus tiras y aflojas durante dos años, pero la pareja Iglesias-Errejón ya nunca volvió a encontrarse. Por Podemos continuaron juntos -como las parejas que siguen viviendo bajo el mismo techo por los niños-, pero el divorcio era inevitable. Ya no compartían casi nada. Después llegó la decepción del frustrado sorpasso al PSOE, las consecuencias del pecado original del no a la investidura de Pedro Sánchez, las discrepancias estratégicas, la pelea navideña de #Iñigoasíno, el combate de Vistalegre II, la derrota de Errejón y la victoria de Iglesias, el declive de las expectativas electorales, la desilusión de sus seguidores y la herida mortal de la crisis catalana. Errejón quiso incorporar la bandera española al simbolismo político de la nueva izquierda, pero no le hicieron caso.
La autoría intelectual de Podemos fue en los comienzos cosa de Errejón. Pablo Iglesias puso cara y liderazgo a la hipótesis populista de su número dos. Los de abajo contra los de arriba. La construcción de un nuevo "demos". Eran como esas parejas perfectas, distintas, pero con envidiable compenetración política y emocional. En esa noche de marzo de 2016, Iglesias empezó a volar solo. Se cansó de poner la cara para aplicar la estrategia de otro, empezó a sospechar que se la estaban jugando y se independizó de Errejón -y posteriormente de todos los demás fundadores de Podemos- para volar en compañía de nuevos colaboradores educados en las tesis del neocomunismo. Errejón pronosticó que eso conduciría a Podemos a ser una copia de Izquierda Unida. El hiperliderazgo de Iglesias -ratificado por mayoría en cada votación por los inscritos hasta llegar incluso a la compra del gran chalet de Galapagar-, y sus maneras rudas de hacer política chocaban con los modos suaves y el estilo más cartesiano de Errejón, que buscó su propio liderazgo social y político. El número dos no quiso dar la batalla frontal en Vistalegre II -quizá porque él no quería ser el líder, sólo buscaba que el líder volviera a hacerle caso como en los días de esplendor en la hierba- pero no renunció a una carrera política propia. Iglesias cambió a su número dos por su pareja sentimental, Irene Montero, una mujer muy joven con gran capacidad política que ha logrado consolidarse en el puesto.
Pero ya nada fue lo mismo en Podemos. La pareja Iglesias-Errejón ha acabado siendo víctima de los cambios que ellos mismos produjeron en la política española. Ellos sacaron de la intimidad de las casas a las calles los elementos emocionales de la crisis: la ira, el sufrimiento, la indignación, las penalidades. Y han sido devorados por esa misma emocionalidad. Sólo que en forma de traiciones y deslealtades que envenenaron la casa hasta hacer la convivencia insoportable.
Morir de éxito
Hay otra forma de decirlo, a la manera de Felipe González. Podemos ha acabado por morir de éxito. El éxito de la pareja rota y sus compañeros de aventura -hoy todos fuera de juego- fue inapelable e inesperado. Pusieron en jaque al sistema político español, y en guardia frontal a todas las élites: políticas, económicas, financieras y periodísticas. Marcaron la agenda política. Fueron combatidos con todas las armas al alcance de la política convencional, y ellos a su vez se defendieron usando la épica, la televisión y las redes. Una estrategia de combate de la nueva política que ahora heredan otros en el espectro opuesto del tablero ideológico. Primero conquistaron las alcaldías de las capitales más importantes de España. Después, en sus primeras elecciones generales, lograron más de cinco millones de votos y 69 escaños. Una gesta inédita en los 40 años de democracia española. Podemos fue conducido el volandas a las instituciones, a lomos de la ira y la indignación. La ira motivada por la dureza y la brutalidad de una crisis económica que empobreció al país. La indignación por los escándalos de corrupción. Los profesores de la Complutense supieron conectar con el espíritu del tiempo mejor que los partidos tradicionales y le pegaron un buen bocado al PSOE, pero no encontraron la forma de construir un partido con estructuras no perecederas, una formación con capacidad para adaptarse a las instituciones, sin perder el contacto con la calle. Hicieron lo más difícil y fracasaron en lo más fácil. O tal vez es que hacer un partido no es tan fácil como pensaron en sus noches de cervezas y compañerismo académico. Sabiendo mucha teoría, se les olvidó la práctica.
Después de dos años tapando el sol con el dedo y haciendo como que no pasaba nada -Iglesias ofreció a Errejón la salida de la candidatura a la Comunidad de Madrid y éste aceptó para cubrir las apariencias de seguir en pareja-, la ruptura definitiva ha llegado. Con el cuerpo de Podemos más débil que nunca. La amargura personal que se desprende de la carta de Pablo Iglesias es un recordatorio de aquella noche de marzo de 2016, cuando comenzó el proceso de divorcio. Por el momento en el que se ha producido la ruptura, al cumplirse cinco años de la presentación de Podemos en el Teatro del Barrio sin más expectativa que quedarse con un puñado de los votos de IU. Y por las circunstancias en las que Errejón anuncia su intención de ensanchar su candidatura a la Comunidad en tándem con Manuela Carmena: Iglesias está de baja paternal, al cuidado de sus mellizos.
El cineasta Fernando León de Aranoa, que filmó por dentro los años de gloria de Podemos, tituló su película sobre este partido de una forma premonitoria: Política, manual de instrucciones. Los dirigentes de la formación no han sabido leer las instrucciones de este manual y se han hecho un lío con ellas.