José Manuel Martín Medem
La
CIA utilizó a ETA para asesinar en 1973 a Luis Carrero Blanco, el
primer presidente del gobierno nombrado por el dictador Francisco
Franco. La conexión de la CIA con ETA fue facilitada por el Partido
Nacionalista Vasco. Un informe de los servicios secretos españoles
asegura que el explosivo utilizado era C4, “fabricado en Estados Unidos para el uso exclusivo de sus Fuerzas Armadas“.
Con
el asesinato de Carrero, la Administración Nixon eliminaba la oposición
del almirante a la renegociación sobre las bases militares y a la
entrada de España en la OTAN. También cancelaba la amenaza de una
colaboración del gobierno español con el francés para compartir la
fabricación de armamento nuclear.
Y
además aumentaba la necesidad que el príncipe Juan Carlos tenía del
apoyo de Washington. Estados Unidos establecía las condiciones de lo que
iba a ser su intervención para conducir la transición después de la
muerte de Franco. Todo esto y mucho más es lo que cuenta Pilar Urbano en
su libro El precio del trono, recientemente publicado. Según Urbano, “Kissinger
tenía que saber porque, como presidente ejecutivo del Consejo de
Seguridad Nacional, no debía desconocer determinadas operaciones de alto
calibre político si en ellas estaba incursa la CIA“. Y añade que el atentado era “la
utilización o dirección a distancia de unos elementos subversivos
terroristas para ejecutar un magnicidio que fulminaría no sólo a un jefe
de gobierno, también al sistema autoritario que él encarnaba“. Su conclusión es que “la
CIA había intervenido en distintas fases del proyecto: propuso el
objetivo Carrero, reorientó a ETA para que su plan de secuestro fuese
plan de eliminación, facilitó el hallazgo casual de un lugar desde donde
cometer el atentado y puso el explosivo necesario“. Poco antes de
la voladura de Carrero, Kissinger había recibido el Premio Nobel de la
Paz por las tramposas negociaciones sobre la guerra de Vietnam.
El
relato que resumo a continuación es el que construye Pilar Urbano en su
libro. En lo fundamental, confirma las denuncias de las investigaciones
antifranquistas que se han acumulado desde entonces: la CIA intervino
en el asesinato de Carrero y Estados Unidos apadrinó al rey Juan Carlos
para conducir la transición imponiendo sus intereses. Pero la versión de
Urbano añade la supuesta responsabilidad personal de Kissinger. Y nos
hace plantearnos la pregunta imprescindible: ¿por qué una periodista del
Opus, bien relacionada con la familia real y con la política
estadounidense, denuncia de manera contundente la implicación de la CIA
en el asesinato de Carrero y la intervención de Estados Unidos para
diseñar y manejar la transición con la complicidad de la monarquía?
El
libro de Pilar Urbano se presenta como una narración sobre lo que le
costó a Juan Carlos el acceso al trono, pero casi la mitad de sus 834
páginas están dedicadas a los motivos y a los procedimientos para el
asesinato de Carrero. Coincide en su aparición con las memorias del
general Manuel Fernández-Monzón Altolaguirre, que fue agente de los
servicios secretos de Carrero y enlace con la CIA. El militar escribe lo
siguiente: “No es verdad todo lo que se ha dicho de la transición.
Como eso de que el rey fue el motor del cambio. Ni Suárez ni él fueron
motores de nada, sólo piezas importantes de un plan muy bien diseñado y
concebido al otro lado del Atlántico. Todo estuvo diseñado por la
Secretaría de Estado y la CIA. A los norteamericanos sólo les hemos
interesado por nuestra posición estratégica. Estados Unidos quería tener
la seguridad de que, con el final del franquismo, aquí no iba a pasar
nada que estuviera fuera de su control. Los ejecutantes del atentado
contra Carrero son etarras, eso está claro, pero ¿quién lo pone en
marcha? Quizá alguien pensó en la CIA que Carrero podía ser un obstáculo
y era mejor suprimirlo“.
Explosivo militar estadounidense
El
14 de setiembre de 1972, en un hotel de Madrid, un desconocido entregó
al etarra Joseba Mikel Beñaran Ordeñana, Argala, un mensaje sin
remitente. Le había dado la cita un amigo del ámbito nacionalista cuyo
protagonismo permanece en la sombra. Era un sobre con una nota
mecanografiada: El almirante Luis Carrero Blanco, vicepresidente del
gobierno, acude todos los días laborables a la misa de las nueve de la
mañana que se celebra en la iglesia de los jesuitas situada en la calle
de Serrano, frente a la embajada de Estados Unidos. Lleva muy poca
protección de escolta y recorre siempre el mismo trayecto.
ETA
decidió secuestrar a Carrero y Joseba Iñaki Mujica Arregi, Ezkerra, se
ofreció para dirigir la operación. Se había incorporado a ETA con
quinientos compañeros de las juventudes del PNV. Según Urbano, la CIA
orienta a ETA hacia Carrero a través de los servicios secretos del PNV
que mantenían una comprobada relación con las agencias de seguridad de
Estados Unidos desde las vísperas de la segunda guerra mundial. La
conexión se establecía mediante “personas de arraigada confianza para la CIA que eran también de arraigada confianza para ETA“.
Ezkerra
propone convertir el secuestro en asesinato pero se opone el jefe
militar Eustakio Mendizábal Benito, Txikia. Un soplo a la policía
permite el cerco a Txikia en la estación de Algorta y lo acribillan
cuando intenta huir. Los etarras encuentran por casualidad el sótano que
alquilan en la calle de Claudio Coello. El dueño lo tenía en abandono
pero una misteriosa llamada, con una buena oferta que luego se
desvanece, lo convence de ponerle el cartel de alquiler que los etarras
descubren en la zona por donde buscaban. En la ruta de Carrero. Siempre
la misma.
Abren
un túnel desde el sótano para colocar los explosivos debajo del
asfalto. El 20 de diciembre de 1973 el coche de Carrero vuela como
consecuencia del efecto chimenea: una tremenda explosión vertical sin
dispersiones en ataque directo contra el objetivo.
El
juez Luis de la Torre Arredondo, al que le arrebataron el sumario para
pasarserlo a la jurisdicción militar, comprobó con los expertos que la
explosión no pudo ser provocada con la dinamita que ETA dijo que había
utilizado. En una entrevista para Interviú, en 1984, el magistrado llegó
a decir que “iba teniendo la convicción cada vez más sólida de que la CIA supo que iban a matar a Carrero, que la CIA estaba detrás“.
Le ocultaron el informe con el resultado de la investigación que el
Grupo Operativo de los Servicios Secretos de Información había realizado
tomando muestras en el cráter provocado por la explosión. Urbano
explica que, aunque ese informe sigue siendo materia reservada,
veteranos agentes de los servicios secretos le han confirmado su
existencia y contenido.
Lo que se había utilizado era C4, un potentísimo explosivo plástico que “sólo se fabricaba en Estados Unidos para el uso exclusivo de sus Fuerzas Armadas“.
El relato de la periodista sugiere que la CIA cambió el explosivo del
túnel cuando los etarras dejaron el sótano sin vigilancia al aplazar el
atentado por la visita de Henry Kissinger. Camuflado en la delegación
del Secretario de Estado, vino a Madrid el Jefe de Operaciones de la
CIA, William Nelson. Con él se reunió Kissinger en su embajada después
de una larga sesión con Carrero en la que le impuso el compromiso de
mantener un secreto total sobre la conversación. Urbano cuenta que en
ese encuentro Carrero se mantuvo en su posición de no renegociar el
acuerdo sobre la utilización de las bases militares en España si no se
establecía un tratado bilateral de defensa mutua con Estados Unidos. Y
le advirtió a Kissinger que, si la OTAN no quería a España por la
dictadura de Franco, no le quedaría otra posibilidad que aceptar la
propuesta de Francia para compartir la fabricación de armamento nuclear.
Según Urbano, Carrero le entregó a Kissinger un informe de la Junta de
Energía Nuclear explicandole que España tenía yacimientos de uranio y la
tecnología francesa de la central de Vandellós para conseguir plutonio.
Los señores de los hilos
Durante
la preparación de la Operación Ogro (el asesinato de Carrero), desde el
14 de setiembre de 1972 hasta el 20 de diciembre de 1973, hubo tres
cambios de director en la CIA pero se mantuvo como subdirector el
general Vernon Walters. Había sido el intérprete en las visitas a Madrid
de los presidentes Eisenhower (1959) y Nixon (1970). En 1971, Nixon
envió a Walters con un mensaje personal para Franco. Nixon le dijo a
Walters: “Sin democracia no pueden estar en la OTAN y con democracia
pueden no querer estar en la OTAN. Hay que reforzar el estatuto de
nuestra presencia en sus bases“.
Nixon
le planteaba a Franco dos posibilidades: entronizar a Juan Carlos y
quedarse al mando de las Fuerzas Armadas o nombrar a un presidente del
gobierno que sintonice con el príncipe. Franco nombró presidente del
gobierno al almirante Luis Carrero Blanco. Para Estados Unidos, era un
obstáculo en la dominación militar y un cerrojo para la democratización.
Sin Carrero, bases sí y OTAN también. Sin Carrero, una democracia
contenida y diseñada por Washington. Sin Carrero, un Juan Carlos
entregado a Estados Unidos como precio del trono. Cuando Ford visitó
Madrid, el príncipe Juan Carlos le anticipó al embajador Wells Stabler
lo que le iba a decir al presidente, “que él estaba al margen de la
interminable negociación de las bases y que, cuando reinara, estrecharía
mucho más los vínculos con Estados Unidos porque consideraba crucial
esa relación para la política exterior española“.
Pilar
Urbano señala al general Walters junto a Kissinger en la Operación
Ogro. En 1973, con los sucesivos cambios en la CIA, Walters ocupó
durante dos meses el puesto de mando en la agencia. En ese periodo de
dirección interina, Ezkerra ascendió a la jefatura en todas las
instancias de decisión militar en ETA y la operación se reorientó de
secuestro a asesinato. A Ezkerra, que nunca fue acusado por el asesinato
de Carrero, lo detuvieron en 1975. Dos años después lo sacaron de la
cárcel para enviarlo temporalmente a Oslo por presiones del PNV y
finalmente lo acogió la amnistía general.
En
octubre de 1947, el general Marshall, Secretario de Estado, le llevó al
presidente Truman un informe de su gabinete de planificación política
sobre las relaciones con España. Una nueva orientación se desarrolló
desde entonces: Dejemos de manifestarnos abiertamente hostiles con el
régimen de Franco y trabajemos de ahora en adelante para normalizar con
sutileza las relaciones políticas y económicas. En 1968 los que Urbano
denomina los señores de los hilos, el Club Bilderberg y el Consejo de
Relaciones Internacionales, a los que se añadiría en 1975 la Comisión
Trilateral, decidieron que Juan Carlos debería ser designado sucesor.
Así lo hizo Franco en 1969. Los señores acordaron también hacerle al
príncipe un seguimiento durante cinco años.
En 1973 anunciaron que “está perfectamente preparado para reinar“.
Durante la agonía de Franco, el embajador Wells Stabler le presentó a
Juan Carlos un guión para el cambio, aprobado por Kissinger. “Los señores de los hilos —asegura Urbano— le marcaban los límites en el escenario, en los actores, en el ritmo de la acción y en el libreto que debía interpretar“. Estados Unidos —añade— “decidió que en España apoyaría un cambio de régimen hacia la democracia sin prisa, gradual y parsimonioso“.
Asesinado Carrero, el embajador en Madrid le escribía a Kissinger que “no tenía carisma ni afecto popular y nadie se ha sentido afectado por su muerte“.
Y el comentario de un importante portavoz de esa representación
diplomática, también vinculado personalmente con Kissinger, estremecía a
un destacado representante del ministerio español de Asuntos
Exteriores: “No quiero que suene brutal pero … un estorbo menos para
la apertura de España y, por deplorable que sea un asesinato, lo cierto
es que ETA os ha hecho un gran favor“.
no creo que lo fueran,pero mantuvieron relaciones y los tenian dormidos para cuando le fueran utiles.
De Firmenich se sigue pensando,pero como no puedo probarlo...
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