Fuego
cruzado entre Borges, Cortazar, Panzeri, Medina y otros
El box: ¿deporte u homicidio legal?
Julio Cortázar y Jorge Luis
Borges. El negro Galíndez y Ringo Bonavena.
Por Diego Kenis / Periodista
La popular práctica deportiva llamada box en la que dos contrincantes luchan
utilizando únicamente sus puños con guantes, golpeando a su adversario de la
cintura hacia arriba, dentro de un cuadrilátero especialmente diseñado a tal
fin, puede ser observado de muchas maneras. En esta nota del periodista Diego
Kenis, esa diversidad a partir de varios intelectuales.
"A Panzeri lo terminaron rajando porque se negaba a publicar boxeo. Decía que no
era un deporte" relata Alberto Mac Dougall, con cuarenta años de periodismo en
la histórica radio LU3 de Bahía Blanca, en el aniversario de la muerte del
periodista que más admira. Mac Dougall todavía busca en sus archivos la carpeta
de recortes de La Prensa, El Gráfico y La Opinión firmados por Dante Panzeri,
quien –sí- descreía del boxeo como deporte.
Tan antisistema como lo definió hace poco Agencia Paco Urondo, la opinión de
Panzeri conllevaba una sensibilidad que confronta con el circo romano de un
“homicidio legalizado” donde existe la “regular obligación de golpear el cerebro
humano” y en el que, agregamos, dos personas surgidas de escenarios marginales
pelean para un ringside habitado por miembros de linaje o profesores
universitarios que no se ensuciarían la camisa para combatir a puñetazo limpio
ante una audiencia de pibes de la villa. Jorge Luis Borges, desde el ringside
mismo, fichó aristocrática opinión que ya desarrollaremos.
Desde sus cuentos, o más bien en su cuento emblema “Torito”, Julio Cortázar
ensayó otra visión, desde una sensibilidad social: el boxeo como la oportunidad
de movilidad social ascendente y, luego, descendente. Apasionado seguidor del
box, relator en épocas de vacas flacas, Cortázar armó un relato maravilloso del
Torito venido a menos, nostálgico de los éxitos que le permitieron un amor de
barrio que de otro modo le habría estado vedado. Era la postal de una Argentina,
de la que la épica del boxeo era metáfora. También de la vida, claro. Golpe a
golpe, para subir y para bajar. “Cuando estás abajo todos te fajan. Todos, che,
hasta el más maula. Te sacuden contra las sogas, te encajan la biaba”. Parece
una de las sentencias de Ringo Bonavena.
Sin embargo, el Torito Suárez no dejaba de hablar un poco como Cortázar. Un
Cortázar jugando a ser un boxeador en caída libre. Algo señaló, en tal sentido,
hace demasiados años, Sebreli. Cuando Gatica habló en las versiones que, cada
uno por su lado, hicieron en novela y cine Enrique Medina y Leonardo Favio, se
pudo escuchar al boxeador en su laberinto y más en su lenguaje. Favio era, valga
la redundancia, director de cine y el estilo de Medina se vuelve particular en
la costumbre de escribir personificando, a tal punto que la mayor parte de sus
relatos son en primera persona.
Es sabido que Borges, por su parte, detestaba al fútbol porque le parecía un
deporte de combate. Pero disfrutaba en cambio con el boxeo y las riñas de gallo,
a las que casi no diferenciaba entre sí, por el valor que ostentaban sus
contendientes. Cuando se le preguntaba por la contradicción en sus gustos, su
explicación más humana refería a que eran deportes a la medida de un espectador
con dificultades de visión, debido a que estaban hechos para ser vistos en las
orillas del propio escenario. Ante una repregunta con una cita a Panzeri no
explicitada, Rodolfo Braceli lo escuchó agregar que no existían riesgos para el
cerebro de los boxeadores porque era poco probable que lo tuvieran antes de
saltar al cuadrilátero.
Esta admiración por el coraje como valor en sí mismo está presente en muchos de
sus escritos. Cierto es que no gestó cuentos de boxeo, pero sí dejó una larga
serie de ficciones donde rescata el valor de malevos duelistas y gauchos
cuchilleros. Eran los únicos “bárbaros” que rescataba en su desprecio de hombre
“civilizado”. Las comillas subrayan palabras que no azarosamente tocan al tema:
Sarmiento hizo lo mismo con Quiroga en su Facundo. Destacó su valentía, o más
bien una temeridad animal que alejaba al caudillo de la sublimación de instintos
de un hombre civilizado. Lo elogió para poder destruirlo.
¿Cómo se vincula esto con la admiración de Borges por el boxeo? Probablemente,
de ningún modo. A menos que nos arriesguemos a plantear una hipótesis a
discutir, casi en el aire. Borges admiraba el valor de los marginales y los
consideraba personas sin cerebro. Se ve en sus palabras sobre el boxeo, deporte
de marginales. ¿Puede verse también en su literatura?
Tal vez podamos verlo, si es que miramos a Borges como autor de relatos
policiales. Sus cuentos de policial detectivesco están entre los más perfectos
del género. Pero, aunque nunca se lo presente así, Borges también ejercitó en
cierto modo el policial negro: el relato crudo de un duelo, los poemas y relatos
borgianos dedicados a cuchilleros, a compadrones, a matones, donde se narra sin
más el crimen. No hay en ellos complicadas elucubraciones mentales, ni un
acertijo que descubrir ni un rompecabezas que armar con pistas que parecen
sueltas y esconden una verdad de crucigrama. En todo caso, sí, guardan estos
relatos descripciones de la moral imperante, de un cierto romanticismo salvaje:
el duelo, la ofensa que le da lugar, la narración del combate, un primitivismo
no exento de valentía, la exaltación de lo viril en el terreno del honor, y, por
qué no, del amor.
Pidamos permiso ahora para dejar existir un rato el “hubiera”: ante la ausencia
de corpus con que analizar lo que el escritor hizo con el boxeo, una posibilidad
válida para el ejercicio es visualizar aquello que no hizo.
No situó Borges en el mundo del box, por caso, la trama de su extraordinario
cuento “Guayaquil”, donde dos profesores universitarios protagonizan un duelo
intelectual definido de antemano a partir de la noción de “voluntad”, para
determinar quién estudiaría los pormenores de la entrevista entre San Martín y
Bolívar. Al cabo del relato, los académicos han reeditado el encuentro de los
libertadores, su desarrollo y resultado. Los golpes que han intercambiado
durante cada round tienen la violencia de la erudición.
Convengamos que, amén de un salto al vacío, acusar a Borges por el escenario
escogido puede pecar de superficial, aunque (por mérito suyo, claro) ningún
ángulo desde el que se piense su obra resultará estéril. En el mejor de los
casos, es una imputación populista –en el real sentido del término, no en el
peyorativo de La Nación- que podemos hacerle si consideramos que buenos
escenarios para representar lo determinante de la voluntad son los cuadriláteros
o el rectángulo de juego. Que le pregunten si no a los hinchas de River: decenas
de veces su equipo derrotó despreocupadamente a Belgrano pero un día entró a la
cancha convencido de que perdería, y perdió. Sonó la campana.
29/04/13 Agencia Paco Urondo
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