El balance de la controversia sobre másteres y tesis no es bueno para nadie. Albert Rivera logró el objetivo de desgastar a Pedro Sánchez y su bala ha acabado rebotando en Pablo Casado, el más perjudicado por estar pendiente del Tribunal Supremo
El escritor John Lanchester alcanzó una fama inesperada gracias a un libro en el que ayudaba a los profanos a entender las causas de la crisis financiera, cuyo desencadenante fue la quiebra de Lehman Brothers de la que ahora se cumplen 10 años. ¡Huy! Por qué todo el mundo debe a todo el mundo y nadie puede pagar es un libro escrito con brillantez e ironía y se ha convertido en un clásico popular sobre la Gran Recesión, que ha acabado por desestabilizar las democracias más avanzadas del planeta. España entre ellas.
En un artículo reproducido por Letras Libres, Lanchester tira de buen humor para evidenciar las espectaculares y del todo impredecibles transformaciones políticas desencadenadas por el tsunami financiero. «William Hill -dice el escritor- tiene una apuesta que se paga 5.000 a uno: que Obama juegue en la selección inglesa de cricket. Sin embargo, 5.000 a uno palidece en comparación con las posibilidades de ganar que habrías tenido en 2008 con un futuro en el que Trump fuera presidente, el Reino Unido hubiera votado para dejar la UE o Corbyn fuera el líder del Partido Laborista».
La apuesta de 5.000 a uno palidece ante las posibilidades que habría tenido de ganar cualquier español en 2008 con un futuro en el que Pedro Sánchez, concejal socialista del Ayuntamiento de Madrid -muy apuesto pero sin peso político-, Pablo Casado, jovencísimo diputado del PP de la Asamblea de Madrid -del sector perdedor del Congreso de Valencia-, Pablo Iglesias, profesor revolucionario de la Complutense -sumergido en su tesis para dedicarse eternamente a la docencia-, y Albert Rivera, diputado del Grupo Mixto del Parlamento de Cataluña -que coqueteaba con la organización ultraderechista Libertas-, fueran a ser los líderes políticos de la España de 2018. Por no hablar de la apuesta sobre una declaración de independencia de Cataluña, con Junqueras en la cárcel y un president huido de la Justicia. La Gran Recesión ha hecho posibles todos los imposibles, 10 años después.
Montón también fue víctima de la manzana envenenada de Álvarez Conde
La década se ha llevado por delante al Rey anterior y a las élites políticas herederas de la Transición, para situar al frente de los partidos a líderes muy jóvenes, cuyo factor en común es una pelea permanente y sin cuartel. La crisis financiera mutó en política y transformó la democracia española, como las del resto de los países europeos. No fue un proceso rápido. La «gran tormenta de ira» avanzó lentamente desde 2008 contra las instituciones democráticas cuando los ciudadanos cayeron en la cuenta de que sus vidas ya nunca serían las mismas. Así llegó el 15-M y después las elecciones del 20-D, que pusieron patas arriba el sólido y estable edificio político construido laboriosamente en la Transición. Y patas arriba seguimos casi tres años después. Abdicación de un Rey, dos elecciones generales y moción de censura mediante. Desde el 20-D de 2015, España se ha instalado en un periodo de inestabilidad crónica, con el denominador común de sucesivos gobiernos en minoría incapaces de desarrollar una actuación política sobre los retos de una época convulsa.
Así hemos llegado a esta semana de septiembre, ardiente estreno de un curso electoral. La apuesta ya está en máximos históricos. Nadie se hubiera jugado un euro a que la polémica del momento sería el currículum académico de los jóvenes que dirigen la política del país. Ni que el próspero Instituto de Derecho Público de la Universidad Rey Juan Carlos -dirigido por un respetado catedrático- fuera a convertirse, 10 años después, en una trituradora de dirigentes políticos. A debate, la obsesión algo infantil por la meritocracia de los títulos como la pócima milagrosa para triunfar en política. Lo personal ya es político.
La polémica de los másteres lastra la capacidad de Casado de renovar el PP
La política española ha devenido en trituradora y el balance de la asombrosa controversia de los másteres y las tesis no es bueno para nadie. Quizá ni siquiera para Rivera, que decidió el miércoles disparar a la cabeza del presidente del Gobierno en el Pleno del Congreso, saltándose el Reglamento. No se lo esperaba Sánchez, muy afectado personalmente por la dimisión de la ministra Carmen Montón, víctima, como Casado, de la manzana envenenada de Álvarez Conde. Fallaron los sensores digitales de La Moncloa. La noche en la que dimitió su ministra, en la Red ya navegaban los cotilleos sobre su tesis. El calentón de la tesis de Sánchez -espoleado con informaciones discutibles por un sector de la prensa en guerra con el presidente- acabó con la publicación digital del texto. Aunque por delante se haya llevado un trozo más de la menguante credibilidad de la clase política -los españoles asisten atónitos a estos lances-, Rivera logró en parte su objetivo de embarrar el terreno y desgastar al presidente del Gobierno. Si conseguirá o no el fogoso e impulsivo líder de Ciudadanos rentabilizar en las urnas esta forma de hacer política lo dirán las elecciones.
La bala del líder de Ciudadanos tenía intención. La disparó contra el presidente del Gobierno, pero hizo un giro en el Hemiciclo y acabó rebotando en el nuevo presidente del principal partido de la oposición. Casado es, sin duda, el más perjudicado de que el debate nacional gire en torno al currículum académico de los líderes. La controversia sobre la tesis de Sánchez no tiene mucho más recorrido que la bronca parlamentaria o tertuliana, ya que cumplió todas las normas. Pero el máster de Casado se encuentra bajo investigación judicial, pendiente de que el Tribunal Supremo le absuelva de todo pecado o decida seguir investigando en el agujero negro del desaparecido Instituto de Derecho Público de la URJC. Aunque el líder del PP confía en que el tribunal le dé carpetazo -qué va a decir, si no-, el ambiente de escándalo por las irregularidades cometidas en esa universidad no es demasiado favorable a los deseos de Casado. Independientemente de que pueda ser o no imputado, la polémica lastra su capacidad para abrir una etapa nueva en el PP. Por si faltaba algo, el juez Llarena -vaya por Dios- participará en la decisión de absolver o investigar a Casado.
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