CENIZA HEDOR DERROTA
En tierra pudriéndose,
diluidos en cal viva,
en los fríos vientres de los tiburones,
espesando el aire desde las chimeneas de los cementerios,
recubiertos de gusanos grises.
Muertos,
totalmente muertos,
muertos.
Que nadie venga a decirme:
“lloremos con lágrimas de hierro”,
“viven en la lucha”,
“no morirán jamás”,
“ya son eternos”.
No quiero escuchar discursos triunfales
acerca de su carne destruida
y sus deshechos huesos.
Sin ojos
para ver el mañana,
están muertos.
Sin manos
para portar la antorcha,
están muertos.
Sin pies
para caminar hacia el futuro,
están muertos.
Sin bocas
para decir discursos,
están muertos.
Sin orejas
para escuchar frases célebres,
sin narices
para oler “el viento del pueblo que vendrá”,
sin sexo
para encender la sangre,
sin cuerpo
para todas las tareas humanas,
porque están muertos,
muertos totalmente muertos,
muertos.
Yo recuerdo, hablo, discuto,
escucho música con ellos,
imagino un encuentro con abrazo doblando cada esquina,
les paso el mate,
comento la última película,
tomo el mismo colectivo,
muerdo el mismo pastito de primavera,
como el mismo asado,
tomo el mismo vino
que mis muertos
y sus vencidos cuerpos
han de rozarme para siempre el costado.
Convivo con su ausencia,
conmuero con ellos,
estoy tan impregnado de sus muertes
que hasta la carne mía que toco,
mi propia y ajada carne
está medio muerta.
No volverá Cacho a regalarme otra cuchara
para medir café;
nunca más me emborracharé con Mano
al compás de una guitarra;
no ha de venir Roberto arrastrando sus erres
para decirme que el diario ya está impreso;
no volveré a escuchar a Ricardo
siempre discurriendo
acerca de lo justo o injusto;
la Tana no golpeará mi puerta
para mostrarme una nueva escultura y preguntarme:
“¿ Por qué será que nunca me gusta lo que hago?”;
ya no alegran el día
el Sergio y la Sulima,
riendo con soles cordobeses en la cara.
Muertos,
están muertos.
Muertos.
No volverán jamás.
Nada de voces pido,
nada de voces mitigando el dolor
haciendo una nueva religión con mártires excelsos.
Muertos.
Si, muertos,
junto a nosotros hora a hora.
Dejemos que despliegue su verdad el dolor,
No digamos ¡presente!,
ni hablemos del mañana, la juventud eterna,
la inmortalidad del pueblo o del cangrejo.
Somos hijos de sus muertes
y cargamos con su derrota para siempre;
con su muerte
a cuesta caminamos,
a tropezones con los ojos ciegos
y la noche de la muerte en torno,
andando entre muertos,
oliendo a carne de muerto.
Sí hermanos,
dejemos a un lado la mentira y la falsa retórica,
quien muere no regresa
en nombre de escuela o fábrica modelo,
porque quien se muere
está muerto para siempre,
irremplazable y único,
irrepetible
y solo con su muerte.
Nosotros los vivos
somos futuros muertos
y debemos decidir de aquí hasta la fosa
cómo llenar la vida,
cómo vaciar de muerte cada hora,
cómo llevar esta derrota al hombro
y buscar la victoria sin brújula y sin ojos,
cómo comer con cenizas en los dientes,
sin rayos de oropel y fosas rebosantes de adjetivos
y por sobre todo
sin echarnos muertos a la cara,
sin atrincherarnos detrás de los cadáveres
para lanzarnos citas eruditas,
sin la cuerda afectiva tañida mortalmente
y sobre todo sin decir
qué gloriosa es la muerte,
porque la muerte es dura, pesada, amarga y fiera
y duele y retuerce y
obliga
a no mentirnos más.
Poesía de Roberto Rapalo,poeta argentino nacido en 1940 y aún vivo.La foto no corresponde a ningún suceso,es una foto al azar que muestra varios soldados en 1955.
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